jueves, 25 de enero de 2018

Locura de Mujer (II)


En el último año de la década de 1950, las tres sepias estelares del momento se habían convertido en cancioneras fuera de serie: Olga Guillot, Berta Dupuy y Elena Burke.

Pero contínuamente surgían nombres nuevos y con ellos un público que también consumía rock and roll, aunque bailara los chachachás de la Orquesta Aragón y se estremeciera con las canciones del filin, entonces en su apogeo.

En 1959 debuta en el casino del hotel Capri, Fredesvinda García Herrera, Freddy, una mulata de trescientas libras de peso y una increíble voz de contralto que se había ganado la vida hasta pocos días atrás, trabajando en el servicio doméstico.

A las mismas humildes faenas se dedicaba Amelia Martínez, una impredecible y excéntrica guarachera, que va a escalar el escenario del cabaret poco después, y que sería bautizada con el nombre de Juana Bacallao, una guaracha de Obdulio Morales que ella interpreta muy a su manera y que resume gráficamente la irrupción de lo marginal en ámbitos más refinados. (Ver también a la vedette Olga Chaviano cantando Yo soy Juana Bacallao en la cinta Yo soy el hombre, de Raúl Medina y Salvador Behar, estrenada en 1952 y en la cual la Chaviano figura al lado de las actrices Alicia Rico y Candita Quintana y de la cantante Olga Guillot).

En enero de 1960, Freddy está en televisión, compartiendo un gran show patrocinado por la marca de tabacos Partagás, con Benny Moré y Celia Cruz. Es lo máximo a que puede aspirar la rolliza ex sirvienta. Canta The Man I Love, de George Gershwin, y Night and Day, de Cole Porter, ambas con letra en español, algo disparatadas, pero muy sentidas.

En el club La Red, en L y 19, en pleno barrio de El Vedado, La Lupe (Lupe Victoria Yoli Raymond), impone un estilo originalísimo y francamente agresivo de interpretar boleros y calipsos, rocks y guarachas. Ella había formado parte del trío Las Tropicuba antes de decidirse a cantar en solitario.

En los comienzos de su carrera, Lupe ganó un concurso de aficionados que imitaban a Olga Guillot, uno de los grandes ídolos de los 50 en Cuba, marca indeleble sobre varias generaciones de intérpetes en América Latina. En 1960 recibe un Disco de Oro de la RCA Víctor -junto a Benny Moré, Luis García y Pacho Alonso- por su primer long playing, Con el diablo en el cuerpo, que contiene versiones de Crazy Love, de Paul Anka, y Fever, popularizada por Peggy Lee.

Otra de las grandes voces femeninas cubanas, Esther Borja, de formación sólida y voz de mezzosoprano, por esa época se encuentra renovando su carrera, tras haber recorrido los Estados Unidos con la compañía de Sigmund Romberg a mediados de la década de 1940 y presentado en el Carnegie Hall de Nueva York en conciertos de Ernesto Lecuona, con quien actuó en medio mundo. A finales de los 50, la Borja interpreta boleros y canciones nuevas. Hace dúo con Doris de la Torre, cantante del grupo del pianista Felipe Dulzaides, y una de las más connotadas intérpretes del estilo filin.

A esa tendencia pertenecen otras cantantes que se escuchan por esos días: Marta Justiani -que va a presentarte durante largo tiempo junto al compositor y pianista Frank Domínguez en el club Imágenes- y Francis Nápoles, la principal atracción de Las Vegas Club, en la calle Infanta.

En otro cabaret habanero, el Nacional, la vedette Gina Martín se presenta en el espectáculo Así es La Habana, cantando afros y guarachas, rodeada de modelos esculturales y de humo de cientos y cientos de cigarrillos. Aquel ambiente va a transformarse con celeridad dentro de muy poco, pero ellas aún no lo sospechan.

Sigfredo Ariel

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