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lunes, 6 de noviembre de 2017

¿Seguirá siendo Cuba la isla de la música?


Dejando a un lado los excesos de nacionalismos, pero reconociendo lo que indudablemente es motivo para sentirnos orgullosos, hemos de admitir que la cultura cubana, cuyo día se celebre los 20 de octubre, ha engrandecido la universalidad de Cuba.

De manera increíble, en un pequeño territorio bien distante del viejo mundo y solo con vestigios aborígenes culturales que muy pronto se extinguieron en el tiempo, Cuba ha podido mostrar las grandezas de su arte a través de la pintura, la escultura, la danza, y de manera particular de su música.

En la primera mitad del siglo veinte algunos pintores de formación académica enmarcada en los cánones de la tradición, se abrieron paso en Europa para salir triunfantes y colocar a la pintura cubana en sitio cimero. Víctor Manuel, Abela, Amelia Peláez, Pogolotti, Carlos Enríquez y Lam iniciaron el vanguardismo en Cuba con obras que sobrepasando lo aprendido en la academia lograron situarse a la altura de sus contemporáneos del viejo continente.

En 1948 se constituía y muy pronto se consolidaba el Ballet Alicia Alonso, luego Ballet Nacional. Alicia, bailarina ejemplar, triunfaba en los Estados Unidos. Luego surgía ante el mundo la Escuela Cubana de Ballet con sus emblemáticas cuatro joyas: Mirtha, Josefina, Aurora y Loipa, las que iniciaron un camino que continuaron luego grandes estrellas de relevancia mundial. No obstante, ha sido a través de la música que Cuba ha logrado su mayor trascendencia. Desde la refinada obra de Ernesto Lecuona hasta la gracia interpretativa de Celia Cruz, la música ha sido el símbolo de la isla por más de un siglo.

En la llamada música culta o de concierto, durante las primeras décadas del pasado siglo, lograban abrirse paso en países de Europa y Estados Unidos dos jóvenes talentos que intuitivamente supieron apropiarse de la magia de los ritmos africanos arraigados en Cuba y llevarlos a terreno del sinfonismo. Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla iniciaron un movimiento de marcada contemporaneidad conocido como afrocubanismo. Obras como La Rumba, Bembé, Obertura Cubana, Tres Danzas Cubanas y Primera Suite de García Caturla y La Rebambaramba, Tres Pequeños Poemas y Rítmicas de Roldán, alcanzaban el reconocimiento de la crítica especializada y del público.

Pero la verdadera explosión de nuestra música ha sido en la variante popular. Ernesto Lecuona, sin abandonar del todo su labor como concertista ni su creación musical de una factura más elaborada,que con frecuencia se insertaba en los cánones de lo clásico, fue capaz de difundir la música popular cubana por parte del mundo. Las grandes temporadas que protagonizaba con su compañía de revistas musicales por América y Europa le abrieron paso a figuras como Rita Montaner, Bola de Nieve y Esther Borja, que luego alcanzarían notoriedad internacional.

Obras como El manisero, Para Vigo me voy, Mama Inés, Siboney y Mesié Julián se repetían en teatros y centros nocturnos para un público exigente, que más allá de lo exótico supo captar la grandeza de una música única en el mundo. Compositores como Moisés Simons, Eliseo y Emilio Grenet, Jorge Ankermann, Luis Casas Romero, y el propio Lecuona y Bola de Nieve, los que además fueron notables intérpretes, aportaban al panorama sonoro de la isla un grupo de obras que aún se interpretan en Cuba y parte del mundo.

El son, como modalidad musical, se insertaba sutilmente hasta su definitivo triunfo en los principales salones habaneros. El Trío Matamoros, el Septeto Habanero, posteriormente el Septeto Ignacio Piñeiro y el Conjunto Los Naranjos, entre otros, se imponían con un repertorio de obras soneras de Matamoros y Piñeiro, las que competían con canciones trovadorescas de Alberto Villalón, Manuel Corona, Sindo Garay, Oscar Hernández, Eusebio Delfín y María Teresa Vera.

Nuevas variantes genéricas como el mambo y el chachachá nacían para crecer entre danzas, danzones y danzonetes. Músicos de meritoria formación se sintieron atraídos hacia las modalidades populares y crearon varias obras emblemáticas en estos géneros, destacándose Dámaso Pérez Prado, quien hizo época principalmente en México con el mambo, así como Enrique Jorrín y Richard Egües en el chachachá.

Agrupaciones como la Sonora Matancera, Aragón, América y los conjuntos Arsenio Rodríguez y Félix Chappottín, entre otros, llevaban por el mundo los contagiosos ritmos cubanos. En la década de 1970, la Orquesta Cubana de Música Moderna, institución de la que surgieron estrellas como Paquito D'Rivera, Enrique Plá y Arturo Sandoval, y el Grupo Irakere, dirigido por el excepcional pianista Chucho Valdés, trascendieron con su estilo y difundieron el jazz dentro y fuera de Cuba, destacándose no solo en su línea interpretativa, sino como acompañantes de destacados solistas como Leo Brouwer, Frank Emilio Flyn, Farah María, Elena Burke y Ela Calvo.

En la canción alcanzaron notoriedad algunos compositores en la línea del filin. Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Martha Valdés, Ángel Díaz y Ñico Rojas entregarían para la posteridad obras de inigualable lirismo, algo que continuaron jóvenes que, con guitarra en mano, conquistaban la emoción de múltiples seguidores, aunque lamentablemente algunos dispersaron su talento bajo el influjo de un socialismo que se impuso recién nacida la llamada revolución cubana. Otros prefirieron mantenerse al margen y continuar una línea temática que excluía la política del régimen, entre ellos los poco recordados Mike Porcel y Santiago Feliú.

En los 70, la proyección internacional se alcanzaba a través de dos jóvenes intérpretes que conquistaban grandes premios en importantes festivales internacionales. Aún recordadas en el mundo, Farah María y Argelia Fragoso han sido las cantantes más premiadas, algo que les permitió luego desarrollar sus carreras en Europa. Los festivales Orfeo de Oro de Varna, Lira de Bratislava, Canción de Yamaha en Japón, Dresden en la RDA, Sopot en Polonia, entre otros, las distinguían entre una multitud de intérpretes del mundo.

Sin embargo, desde el inicio de la década de 1980 resulta patente un estancamiento de lo que prometía ser un verdadero fenómeno cultural. ¿Seguirá siendo Cuba la isla de la música?

Ese ímpetu arrollador se extinguía en las últimas décadas del siglo XX. La llegada del nuevo siglo traía ritmos y géneros para el mundo y como es lógico, Cuba no escapó de su influencia. A la dureza armónica y casi ausencia de verdaderas líneas melódicas, se une la mediocridad de unos lamentables textos que muchas veces no llegan a entenderse ante la pésima dicción de sus intérpretes y la marcada estridencia, que como artefactos sonoros, sobresalen a unas voces que jamás fueron educadas en el arte de la impostación.

A esto se une una gestualidad desenfrenada que se mueve entre la agresividad y la vulgaridad, lo que constituye un elemento determinante junto a las nuevas formas surgidas, muy distantes de las llamadas raíces cubanas -que al parecer fueron la clave del éxito para la proyección ante el mundo-, lo que ha hecho que la música popular cubana actual no goce de la misma suerte que tuvo en el pasado.

No es que todo lo tratemos de relacionar con la política cubana y su sistema comunista de gobierno, pero sí hemos de cuestionarnos por qué la época de la llamada explosión de los ritmos cubanos ante el mundo fue en la primera mitad del siglo. Podría ser algo circunstancial, pero nadie podrá negar que las limitaciones, no solo las materiales, que han sido muchas, si no la ausencia de libertad creadora, la imposibilidad para firmar contratos, de tener disqueras disponibles y otras formas para poder difundir libremente el trabajo de los artistas, han podido influir negativamente en una frustración de lo que prometía ser un verdadero fenómeno musical y lamentablemente se detuvo después de 1959.

Habría que cuestionarse también por qué todos los artistas cubanos que hacían presentaciones y cumplían contratos en el extranjero regresaban a Cuba antes de 1959, algo que lamentablemente no fue así en las últimas décadas, en que la mayoría de los grandes músicos abandonaron su patria para siempre o solo regresan a ella de forma temporal como visitantes. Recordemos a figuras de excepcionales cualidades que han desarrollado sus carreras en otros países: Paquito D’Rivera, Arturo Sandoval, Joaquín Clerk, Alberto Joya, Ramón Calzadilla, Alina Sánchez, entre otros.

El hecho de que unos pocos artistas actuales, con uno o dos temas, lograran cierta notoriedad, no da la real medida de una aceptación de las tendencias. Se trata de sucesos aislados que en breve van quedando en el olvido. Aunque nuestra música seguirá siendo reconocida, tal vez no en las modalidades actuales, sino a través de los ya consagrados que merecen ser recordados en el Día de la Cultura Cubana.

Alberto Roteta Delgado
Cubanet, 20 de octubre de 2016.
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