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jueves, 6 de julio de 2017

A 30 años de la muerte de mi abuelo Blas Roca



Me encontré con un vecino, hijo de un general, que me preguntó por qué me metí en "esa mierda", o sea, ser periodista independiente y opositor al gobierno. Le respondí con tranquilidad y respeto.

"Mira, le dije, sobre la mesa del comedor tengo los periódicos de toda una semana. No he podido sentarme a revisar 'el mentiroso', como le dicen al parcializado Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, un periódico que responde a los intereses de sus integrantes y no del pueblo cubano. El correspondiente al jueves 27 de abril, en primera plana con grandes letras dice Recuerdan al líder comunista Blas Roca Calderío. Esto me sorprendió porque en los treina años de su fallecimiento, el 25 de abril de 1987, nunca habían recordado el su muerte y menos en primera plana".

Después de hablar con el vecino, ya en mi casa, no pude evitar que se me agolparan infinidad de recuerdos. En 1980, en pleno éxodo migratorio del Mariel, yo me encontraba pasando el Servicio Militar Obligatorio en Tropas Guardafronteras. La Griffin, lancha interceptora en el que navegaba como electro navegante, tuvo que varar para hacer reparaciones en Casablanca, en el Puerto de la Habana.

Allí ví como un hombre que presuntamente quería abandonar el país casi fue asesinado por una multitud de personas. Quedé muy impresionado y traté de que no le dieran más y casi me matan a mí también. Cuando llegué a mi casa, estaba mi abuelo Blas. Le conté lo sucedido y me dijo: “Usted hizo bien, no puede permitir que esas cosas sucedan, ésos son métodos fascistas".

Mis abuelos fueron quienes me criaron. Siempre me decían que yo sería lo que fuera capaz de lograr, sin maltratar, sin hacer malas acciones ni guataquearle a nadie, que cualquiera que fueran mis criterios e ideales, los defendiera con firmeza. Nunca me dijeron que tenía que ser comunista porque ellos lo eran. Me inculcaron la libertad de pensamiento, recalcando que ése era un derecho que tenemos todos los seres humanos al nacer.

Por mis abuelos, Dulce y Blas, conocí la Constitución de 1940, de cómo trabajaron y lucharon para que fuera un referente y una de las más avanzadas de su tiempo, a la altura de los países más desarrollados. Me contaban que el PSP (Partido Socialista Popular) tenía un periódico llamado Hoy y una emisora de radio conocida, la Mil Diez, y que sus afiliados tenían derecho a clínicas mutualistas como el Centro Benéfico Jurídico y las mujeres embarazadas a atenderse y dar a luz en el hospital Maternidad Obrera de Marianao. Por ellos supe de personas que a pesar de ser de diferentes partidos e ideologías, podían ser buenos amigos al punto de arriesgar todo, por defenderlos y librarlos del fusilamiento por venir en la invasión de Playa Girón.

Viví como ellos lo hacían, con sencillez y austeridad. Como era el nieto mayor, ayudaba a mi abuela Dulce a cargar los mandados de la bodega, que por la libreta correspondía a nuestro núcleo familiar, compuesto por 13 personas. Todos vivíamos juntos en la misma casa y fui testigo de cómo los Castro le proponían a mis abuelos que se dieran una buena vida, algo que ellos siempre declinaron.

Sufrí el divorcio de mis abuelos, un matrimonio de más de 50 años. Una separación con la anuencia de Raúl Castro, para casarlo con su secretaria, boda a la que por la familia solo asistió mi tío Vladimiro Roca. Pudieron disolver una unión de medio siglo porque mi abuelo, debido a un derrame cerebrovascular, no estaba en condiciones mentales óptimas.

Una vez divorciada mi abuela, para ella y para nosotros, vinieron muchos años de humillación y desprecio. Éramos como la peste. Donde quiera que llegábamos se nos miraba con desprecio.

Fue la forma que encontraron para acabar con la imagen y el prestigio de mi abuelo Blas Roca: separarlo de su esposa y su familia. Cuando murió, me indignó que lo velaran con tanta fanfarria en la base del Monumento a José Martí en la Plaza de la Revolución, porque mi abuelo siempre quiso y lo dejó escrito, que lo enterraran en la tierra, en el patio de su casa, algo sencillo, sin tanta cosa. Aunque me hora que hoy descanse en el Cacahual, donde mismo reposa un hombre tan honorable como Antonio Maceo.

El día que nos avisaron que mi abuelo había muerto, mi abuela Dulce, sin una lágrima y sin quebrársele la voz, nos dijo: "Vistánse, que vamos para el velorio de su abuelo". Allá nos fuimos, mi abuela muy digna y con su frente muy alta, se sentó al lado del féretro para darle el ultimo adiós. Fidel y Raúl Castro me llamaron, para pedirme que llevara a mi abuela para la casa. Les contesté que si tenían valor, que se lo dijeran ellos personalmente.

En octubre de 1987 se creó el Contingente Blas Roca y allí también nos fuimos, con la frente en alto. Íbamos todos los domingos hasta que mi abuela enfermó. Fidel no llegaba hasta que nosotros ya nos hubiéramos ido. Trataron de disuadirnos para que no fuéramos domingo tras domingo, tuvieron que llevarnos a otras brigadas para que no coincidiéramos con Fidel en la dirección del contingente.

Así ha sido nuestra vida. Nos hemos curtido en las adversidades. Por eso la gente del pueblo nos tiene un especial cariño. Ha sido la forma de enfrentarnos, imponiéndonos, haciéndonos presentes ante aquéllos que quieren que nos trague la tierra.

Por eso elegí ser periodista independiente y opositor a la dictadura castrista.

El dolor no puede ocupar el lugar de mi corazón. Le doy gracias a Dios por haberme dado abuelos como ellos. Pero quienes piensan que por ser nieto de Blas Roca y Dulce Antúnez, yo pueda ser agente de la Seguridad del Estado, en buen cubano les digo: “Me lo paso por mi velludo y arrugado forro”.

Lázaro Yuri Valle Roca
Nuevo Vedado, 29 de abril de 2017.
Foto: Blas Roca Calderío y su esposa Dulce María Antúnez Aragón, abuelos de Yuri. Tomada de su blog, donde se pueden ver otras fotos familiares.
Leer también: Mi tía Dulce, primera parte y segunda parte y final.

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