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miércoles, 27 de abril de 2016

Gabo, otro que bien baila


Gabriel García Márquez un muchacho colombiano, al que el destino y la herencia familiar le tenían reservada una plaza de telegrafista en Aracataca, se pudo salvar de la música mecánica de la clave Morse y de los desconcertantes textos de los telegramas: "Te quiero. Voy jueves".

Lo que ocurre es que, en la medida que pasa el tiempo, allá solo en el cielo de Macondo, la magia que dejó en la tierra y las contraseñas que enseñó para el invento y la exageración, permiten que, a cada rato, se le agreguen a su biografía ya cerrada nuevos oficios en los que hubiera podido o querido triunfar en la vida.

Hace un tiempo, y a partir de una frase en la que él mismo decía que se sentía capaz de cambiar toda su obra literaria por la posibilidad de escribir un buen bolero, se le hizo la cruz como a un cantante frustrado y se llegó a decir que se había dejado el bigote para parecerse al bolerista caribeño Bienvenido Granda y que persiguió a Armando Manzanero para que le enseñara a redactar uno de esos poemas que se bailan.

En un simposio celebrado sobre su vida y su obra en Austin, Texas, en el que participaron decenas de escritores, periodistas, familiares y amigos, la mexicana Elena Poniatowska presentó al autor de Memoria de mis putas tristes como un gran bailador de cumbia.

La premio Cervantes 2013 lo recuerda en unas fiestas que organizaba Carlos Fuentes en Ciudad de México como un jovencito delgado y nervioso "con un rayo de angustia que atravesaba sus ojos" y que bailaba despreocupado porque no era el centro de la fiesta. Era un tipo que vivía en pensiones, que no había escrito Cien años de soledad y se presentaba en aquellos saraos de los años 60 a tirar unos pasillos del baile colombiano.

La escritora dijo que después de que García Márquez se encerrara a escribir y terminara su gran novela debió de enviar los manuscritos a la Editorial Sudamericana de Buenos Aires en dos paquetes, porque no tenía dinero para mandarlos de un golpe y debía varios meses de la renta de la casa y varias cuentas en la carnicería.

Elena Poniatowska aseguró que si su amigo el bailarín de cumbia no hubiera tenido urgencia de escribir para comer, no existiría Cien años de soledad, una obra que dio a los lectores de América Latina "una aureola de radiaciones que antes solo conocían los santos de la Iglesia. Ningún libro de autoayuda ha logrado el cambio de hábitos ni de fe en sí mismo como esta novela".

Rodrigo García, uno de los hijos del escritor, había dicho poco antes que su padre "hubiese querido ser director de cine", pero se tuvo que conformar con escribir guiones. Dijo que el Gabo tuvo la posibilidad de dirigir una película, pero, "por suerte, fracasó".

Así quedan las cosas: García Márquez podría haber sido bolerista, bailarín y director de cine. Vendrán más oficios.

Raúl Rivero
El Mundo, 3 de noviembre de 2015.

Foto: Gabriel García Márquez. Tomada de El Mundo.


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