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lunes, 15 de junio de 2015

La Avenida donde el Rey se mantiene



Cuando se decidió construirla, fue necesario modificar los niveles de la Calzada de San Luis Gonzaga (Reina), en su intersección con la que sería posteriormente la Calzada de Belascoaín, elevando en el centro una calle de 40 varas de ancho con muros de sillería, verjas de hierro y canapés de piedras, dejando a los costados dos calles laterales de 10 varas de ancho, para el tránsito de carretas y carretones.

El nuevo paseo, denominado al principio Paseo Militar, pues comunicaba el Castillo del Príncipe con la ciudad para el traslado de tropas, recibió después el nombre de Alameda de Tacón en honor a su realizador, el capitán general Miguel Tacón, pero en 1836, al trasladarse y colocarse al frente de la alameda una estatua del rey Carlos III que, como gratitud de los habaneros por su ejecutoria con respecto a Cuba, le había sido erigida en 1803, pasó a llamarse Paseo de Carlos III, y después Avenida de Carlos III.

Tenía una extensión, desde Belascoaín, donde comienza, hasta el Castillo del Príncipe, donde termina, de 1,210 metros, con un ancho general de 51 metros. En la primera rotonda, situada a su comienzo, poseía dos pilares de piedra, uno a cada lado, sosteniendo dos leones tallados en mármol, y también dos columnas dóricas de piedra, rematadas cada una con un jarrón. En esta rotonda fue donde se colocó la estatua de Carlos III, ejecutada en mármol de Carrara por Don Cosme de Velásquez, director de la Academia de Cádiz, un poco mayor que la estatura del rey, con manto real y bucles en la cabeza, al estilo de la época.

A 150 metros de ella se construyó la columna o Fuente de Ceres, siguiéndola las Fuentes de los Aldeanos o de las Frutas, la de los Sátiros o de las Flores y la de Esculapio. La segunda rotonda se construyó a la altura de la Calzada de Infanta, y la tercera a la altura de la calle Zapata, con una estatua de Esculapio. En 1902 se le dio el nombre de Avenida de la Independencia, pero todos continuaron llamándola de Carlos III, el que se ha mantenido, aunque desde hace algunos años la denominaron oficialmente de Salvador Allende, nombre por el que pocos la conocen.

Donde comienza, ocupando los número 502-508 (en Carlos III se continúa la numeración de las viviendas de la Calzada de Reina), se encuentra el edificio de la Gran Logia de la Isla de Cuba, conocido como el Gran Templo Nacional Masónico, construido en 1955, con una oficina de la Western Union en sus bajos que funcionó durante años, la escultura de José Martí, realizada por Juan José Sicre, y el mural de Manuel Mesa. En la edificación, ocupada arbitrariamente por las autoridades, la mayoría de los locales se encuentran en manos de ETECSA, la empresa estatal de telecomunicaciones, y solo unos pocos en las de sus verdaderos dueños: los masones cubanos, quienes esperan que algún día se les restituya su propiedad.

En un pequeño paseo central, se encuentra el pedestal vacío donde estuvo la estatua original de Carlos III. Enfrente, un pequeño parque denominado oficialmente Carlos Marx, con un relieve de este, y unas antiguas viviendas de piedra construidas en 1882, con los números 551 y 553. Más adelante, en la otra acera, el espacio donde se derrumbara una edificación de columnas, ocupado por unos kioscos recaudadores de divisas, y el moderno edificio que fuera de la Compañía Eléctrica de Cuba, y después pasara a manos del Ministerio de la Industria Básica, sufriendo grandes transformaciones en sus espacios interiores, que afectaron sensiblemente el proyecto original, triunfando la burocracia sobre la arquitectura.

A continuación, el edificio de piedra de la biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País, construido por el arquitecto Govantes. Tal sociedad fue desactivada y ocupado el inmueble por el Instituto de Literatura y Lingüística, con sus archivos llenos de polillas y sin condiciones de mantenimiento. Luego, cuando apareció una cuenta en euros que requería de su existencia para cobrarse, volvió a activarse apresuradamente, en un reducido espacio interior, la Sociedad Económica de Amigos del País. En el parterre frente al edificio puede encontrarse un pedestal con un busto de Carlos III, no por la avenida que lleva su nombre, sino porque su reinado propició la creación de la institución.

A continuación del edificio de la Sociedad Económica viene la casa, totalmente saqueada y depredada, que fuera de Alfredo Hornedo, propietario original del Teatro Blanquita, hoy nombrado Carlos Marx, así como del hotel Rosita de Hornedo, adaptado como centro administrativo Sierra Maestra, y del edificio Riomar, en estado ruinoso, todos en la zona de La Puntilla en la desembocadura del río Almendares. Hornedo fue propietario también del Casino Deportivo —transformado en una instalación recreativa del Ministerio del Interior, con el nombre de Comandante Cristino Naranjo—, del reparto Casino Deportivo, del Club de Cazadores de La Habana, del Mercado General de Abastos (Mercado Único), y de otras muchas propiedades.

Enfrente, más allá de la casa de Hornedo, se alza el local de la que fuera una fábrica de refrescos embotellados y el moderno edificio construido en la década de los 50 por la Financiera Nacional de Cuba para el Mercado de Carlos III, con rampas de acceso a todos sus pisos. Esta edificación estuvo cerrada y durante años devino en fábrica de figuras y partes del cuerpo humano para su utilización en la enseñanza de Medicina. Y es ahora una especie de gran mercado en divisas. A su entrada y en sus alrededores se desarrilla, pese a la represión continua de las autoridades, un lucrativo mercado negro donde se ofrecen artículos tanto existentes en el mercado como ausentes del mismo.

Se encuentran a continuación varios locales de viviendas venidos a menos, transformados en timbiriches particulares para la venta de comidas rápidas, adornos para fiestas y otros; la antigua fábrica de tabacos Por Larrañaga S.A., en el número 713, y, en la acera de enfrente, un policlínico y el edificio en eterna reparación del Hospital Municipal Freyre de Andrade, construido en 1920, más conocido como el Hospital de Emergencias. Al frente del mismo, un pedestal con un busto del doctor Joaquín Albarrán.

Viene después lo que queda del café y del cine Manzanares y, en la otra acera, también lo que queda del bar y restaurante Las Avenidas, con todo el piso superior sin techo y en proceso de desplome. Cruzando Infanta, se encuentra el edificio en forma de cuchillo que tiene un lateral por la Calzada de Ayestarán, también en peligro de derrumbe, y, cruzando esta, la Escuela de Veterinaria, en prolongada reparación, donde se supone que los habaneros atienden a sus mascotas, con pésima higiene y carencia de medicinas, y con veterinarios que sin condiciones para trabajar ni reconocimiento oficial (no entran en el aumento de salarios de los médicos ni pueden dar recetas ), tratan de hacer lo mejor que pueden.

Más adelante queda la que fuera La Antigua Chiquita, conocida por sus tapas de galleta con tasajo, y la calle Almendares, donde a principios del siglo XX se encontraba la glorieta y el terreno del club de béisbol Almendares, el eterno rival del club Habana. Enfrente, la Quinta de los Molinos, que fuera lugar de descanso de los Capitanes Generales durante la Colonia y, después, vivienda temporal del General Máximo Gómez y su Estado Mayor, terminada la Guerra de Independencia.

La quinta debe su nombre a unos molinos de tabaco de la antigua factoría, instalados en el año 1837. En el lugar se construyó entonces, entre ese año y 1840, una casa quinta de planta baja, rodeada de jardines, que se comunicaba con otra pequeña, destinada a criados, que fue posteriormente reedificada, agregándole otro piso y rodeándola con las columnas y verjas retiradas del Campo Militar o de Marte. A partir de entonces incluyó la casa quinta, fuentes rústicas, colinas artificiales, grutas, saltos de agua, glorietas, otras instalaciones de esparcimiento y hasta una valla de gallos para disfrute del Capitán General. En el año 1892 se hospedó en ella la Infanta Eulalia, huésped de honor de La Habana.

Al instalarse la República, se convirtió en jardín botánico de la Universidad de La Habana y un área formó parte de la Escuela de Agronomía. En condiciones de avanzado deterioro, en años recientes fue asumida por la Asociación Hermanos Saíz, de corte cultural dándole ahora una utilización de carácter más social, principalmente entre los jóvenes. La Quinta de los Molinos constituye un Monumento Nacional y en ella se encuentra instalado el Museo Máximo Gómez.

Al final de la avenida abre sus puertas la Escuela de Estomatología, un garaje y ponchera, y el espacio que una vez formara parte de la llamada Feria de la Juventud, ya inexistente, donde durante meses permaneciera amarrado con una cadena a una pata, en extraña exhibición, un triste elefante, hasta que fuera enviado al zoológico de 26. Emergiendo de la tierra, están todavía ahí tres teclados de piano a colores, que se dice es una obra escultórica ambiental donada por un artista venezolano a Cuba, pero que nadie entiende ni le presta atención.

Viene luego el Castillo del Príncipe, construido entre 1767 y 1779 en la llamada loma de Aróstegui, con el objetivo de completar las defensas de la ciudad, después de la experiencia obtenida con la invasión inglesa. Es de tipo pentagonal, con plaza de armas, cuarteles, almacenes, iglesia y otras facilidades. Utilizado durante años como prisión, fue declarado Monumento Nacional, y actualmente se encuentra ocupado por la unidad de ceremonias del MINFAR, que solamente ocupa una parte de él, prohibiendo además el libre acceso al mismo. Sin embargo, un mejor destino sería emplearlo, después de repararlo dado su mal estado, como centro cultural histórico abierto a los ciudadanos.

La Avenida de Carlos III, tal vez por su juventud y por haber sido totalmente reconstruida durante los 50, se mantiene agradable, con su arbolado, ancha vía central y vías paralelas con parqueo, notándose aún más esta diferencia, cuando se accede a ella desde las destartaladas calzadas de Reina y de Belascoaín.

Fernando Dámaso

Diario de Cuba, 14 de diciembre de 2014.
Foto de Carlos III hecha por Dazra Novak para el blog Habana por Dentro.

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