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viernes, 29 de mayo de 2015

La Mora



En el número 660 de la calle San Lázaro, entre Belascoaín y Gervasio, aquella mulatica delgada y vivaz debió comenzar a soñar con la fama y el éxito sobre los escenarios. Allí, en su propia casa, la villaclareña Pastora, quien era amiga entrañable de su madre, tenía un pequeño negocio de planchado, y sus plisados de faldas amplias y almidonadas tenían fama en la zona. Y allí fue donde encontró empleo esa muchachita, cuyo nombre de pila era María Micaela Secada Ramos y había llegado con su familia desde la lejana Santa Clara, en busca de mejores oportunidades.

Su imaginación volaría muy lejos, y hasta entonaría entre plancha y plancha una guaracha o un bolero, cuando sus manos plisaban una y otra vez las batas cubanas con las que Celia Cruz mostraría con sabrosura, además de su voz rotunda, su espléndida figura. Sería éste, quizás, su primer encuentro cercano con algo parecido a las candilejas de un escenario.

Había llegado a La Habana en 1940, cuando José Remigio, el patriarca de la familia Secada decide intentar una suerte mejor y como muchos otros cubanos del interior de la isla, emigra a la capital con una parte de sus hijos, instalándose en el barrio de Pueblo Nuevo, en Oquendo 820 esquina a Peñalver. María Micaela y María Caridad habían nacido en Santa Clara el miércoles 10 de septiembre de 1930; eran jimaguas, y llegaron al mundo en el quinto de los seis partos felices de Micaela Ramos en los que trajo al mundo a dos varones y cinco niñas. Tal parece que María Micaela había nacido cantando, pues a los tres años sus hermanos mayores la llevan a la radioemisora CMHI de Santa Clara, la ciudad donde vivían, y la presentan en un programa que auspiciaba la revista Ninfa. La pequeña cantó un bolero titulado Lola.

Una experiencia similar la repetiría en La Habana, meses después de llegar a la capital con su familia. En agosto de 1940, con diez años, se presenta en La Corte Suprema del Arte, famoso programa que desde 1937 la CMQ lanzó al éter para encontrar y promover talentos emergentes y llegó a convocar la atención de toda la radioaudiencia nacional. Siguiendo la moda de entonces, cantó el pasadoble Valencia, conquistando uno de los primeros premios.

Transcurría la segunda mitad de los años 40 y María Micaela Secada continuaba cantaba donde quiera que podía, pero sobre todo, entre las ropas blancas y las planchas de carbón de la tintorería en la cual seguía trabajando como planchadora para paliar las estrecheces de la economía familiar. Es por esos años que comienza a frecuentar las reuniones que un grupo de jóvenes como ella, algunos con sueños y guitarra en ristre, animaban en la casa de la calle Marqués González 506 entre Pocito y Jesús Peregrino, hoy Centro Habana, domicilio de Jorge Mazón. Eran los muchachos del feeling.

En el lugar conoce a los compositores José Antonio Méndez (La gloria eres tú) , César Portillo de la Luz (Contigo en la distancia), Angel Díaz (Rosa mustia), al propio Mazón (Tú, mi rosa azul) y a los que, con sus voces como único instrumento, las pusieron a disposición de las primeras creaciones 'filineras: Elena Burke, Omara y Haydeé Portuondo, Dandy Crawford, Francisco Fellove… En aquellas reuniones, entre los asiduos sobresalía una mulata gorda: Aida Diestro, una mujer que años más tarde sería crucial en la vida y la carrera de cuatro de las muchachas que allí absorbían toda la música y comenzaban a deshacer las amarras que contenían su sensibilidad.

Avanzaba el año 1950 y Portillo de la Luz se entera de que Concepción Castro, directora de la orquesta femenina Anacaona, buscaba una cantante. De inmediato le avisa a María Micaela, quien se presenta y es aceptada en la banda de las hermanas Castro, en la que ya se encontraba Haydée Portuondo, hermana de Omara. Sería su primera incursión en un formato musical profesional y que en los años siguientes se convertiría en una de las formaciones más novedosas de la historia musical cubana. Con las Anacaona viajó a Venezuela, Haití y Santo Domingo, pero su voz no quedó en ningún registro sonoro con esta agrupación.

Unos dicen que fueron Haydée y Omara las de la idea de formar un cuarteto, y que reclutaron a Elena, quizás al amparo de los buenos recuerdos y el excelente hacer del cuarteto de Orlando de la Rosa, donde se unieron la Portuondo y la Burke en los albores de la década de los 50. Otros dicen que fue Aida quien las buscó y las juntó. Unos hablan de que debutaron el 16 de agosto de 1952 en un programa de nombre Carrousel de Sorpresas; otros, que su estreno fue en el famoso Show del Mediodía del circuito CMQ, pero que después estuvieron mucho tiempo sin encontrar trabajo ni dónde cantar, hasta que comenzó la espiral hacia la fama.

Lo cierto es que Aida creó, con esas lindas, afinadas y guapachosas mulatas, el cuarteto vocal más trascendental de todos los tiempos en Cuba. Elena Burke, Omara y su hermana Haydeé Portuondo y, Moraima Secada –¡había dejado de ser María Micaela!- añadirían a sus excelentes voces, al cuidado repertorio y al excelente montaje de voces -estos dos a cargo de la gorda Aida Diestro- una sensualidad nunca antes vista en un conjunto vocal.

El éxito es inmediato. Se hacen populares y hasta habituales en programas de radio y televisión, como El Bar Melódico de Osvaldo Farrés, por el Canal 2, por sólo citar uno. Son reclamadas en los mejores cabarets de la época. En su número de agosto de 1954, la revista Show informaba de la presencia del Cuarteto Vocal D’Aida en el elenco de Ritmolandia en el cabaret Montmartre, bajo la producción de Mario Agüero, y en el que se presentaban figuras ya consagradas como Benny Moré, Sonia Calero y el Ballet de Alberto Alonso. En noviembre de ese mismo año, ya Aida había firmado el contrato que refrendaba la decisión de Rodney, el mago del espectáculo: cuando se iniciara el año 1955, el Cuarteto D’Aida subiría a la pista del salón Bajo las Estrellas del cabaret Tropicana.

Van de un éxito en otro y con rapidez conquistan el derecho a presentarse en los más reputados escenarios de Cuba y en el extranjero. Se suceden los contratos y viajan a numerosos países. En 1956 las chicas de Aida Diestro vuelven a Tropicana en las dos producciones de Rodney previstas para enero de 1957: Evocación y Seis Lindas Cubanas, en las que compartirían cartel con el tenor Manolo Alvarez Mera, Estelita Sanatló y Xiomara Alfaro, el Cuarteto de Carlos Faxas, el trío de las Hermanas Lago, Celina y Reutilio, Ramón Veloz y la pareja de baile de Ana Gloria y Rolando.

En febrero de 1957, la revista Bohemia destacaba la presentación del Cuarteto D’Aida en The Steven Allen Show, en el canal NBC de la televisión estadounidense, en un programa con fuerte presencia cubana, junto a la cantante lírica Marta Pérez, Sonia Calero y el Trío Taicuba, obteniendo elogiosas críticas.

No es hasta 1957 que el Cuarteto D'Aida realiza sus primeras grabaciones, bajo el sello RCA Víctor, las que, de hecho, constituyen el único disco LP que nos dejaron: An evening at the Sans Souci, con la orquesta y arreglos de Chico O’Farrill y que, en opinión de la autora, constituyen uno de los registros sonoros más espectaculares realizado alguna vez por una formación vocal cubana.

El desempeño de Las D’Aida en la grabación de Tabaco verde (Eliseo Grenet), bastaría por si solo para justificar su supremacía. Los últimos meses de 1957 marcan también, curiosamente, la salida de Elena Burke de la formación de Aida Diestro, convertida ya en una cantante de recia y singular personalidad y un dominio vocal y escénico que ameritaban un vuelo en solitario. La sustituye, en su tesitura, la bella Leonora Rega, quien pasa la prueba de fuego de su primer día con Las D’Aida en su habitual presentación en el Casino Comodoro, por esas mismas fechas. Continúan los éxitos del cuarteto en su nueva formación. En la primera mitad de 1959, Omara, Haydée, Moraima y Leonora viajan a Venezuela donde se presentan junto a varias figuras cubanas, entre ellas, Celia Cruz, y regresan a cumplir contrato nuevamente en el Casino Comodoro, donde se mantienen por varias semanas consecutivas y muy exitosas.

Moraima siempre valoró lo que para ella significó el magisterio y la cercanía de la gorda genial: “Con Aida Diestro aprendí a tener un pleno dominio de mi voz, de la afinación, de la armonía, y el rubateo dentro del ritmo. Aida era estelar, conformó lo que posiblemente haya sido el mejor cuarteto de Cuba. Ella procedía de una iglesia, por eso fue una verdadera creadora dentro del tratamiento armónico que obedecía a las nuevas sonoridades de la música cubana e internacional”. Durante su permanencia en el Cuarteto D’Aida, Moraima viajó también a México, Argentina, Uruguay, Chile y Puerto Rico. Se dice que ya entonces habían acompañado en la pista del cabaret Tropicana y otros espacios nocturnos, a renombradas figuras internacionales como Nat King Cole y Edith Piaf, quienes en la segunda mitad de los 50 visitaron y cantaron en Cuba.

Era un excelente momento en la carrera de las cuatro muchachas, pero surgieron desavenencias y la prensa publicaba la noticia. En su edición de abril de 1960, la revista Show comentaba que Moraima renunciaba a continuar en el Cuarteto D’Aida e indicaba que “se había llegado a un acuerdo entre todas para terminar al finalizar el contrato del Hilton (hoy hotel Habana Libre), pero Moraima dice que no camina más.” Carmita Lastra, quien había integrado el Cuarteto de Facundo Rivero, estaba embarazada, pero se compromete a asumir el lugar de La Mora en Las D’Aida inmediatamente después del nacimiento de su bebé. Se produce un breve impasse para el cuarteto, pero La Mora ya es una cantante en solitario. Comenzaría haciéndose acompañar por los Hermanos Bravo en La Reve, un pequeño night club en 5ta. y 84, Miramar. Pero sería por muy poco tiempo, pues un mes más tarde, Moraima sería la voz femenina en otro cuarteto vocal.

Corría el año 1958 y un joven pianista de Santa Clara se había mudado a La Habana. Está de suerte, porque consigue que la gorda Aida lo acepte como pianista acompañante ocasional de su ya famoso Cuarteto, sin saber aún lo mucho que bebería de aquella fuente incesante de talento. Es obvio que la experiencia con el Cuarteto D’Aida enriquecería la visión de ese músico extraordinario que luego se hizo llamar Meme Solís, respecto a la construcción de armonías en formaciones vocales, con las que ya había comenzado a experimentar en su natal Santa Clara. No lo sé con certeza, pero es probable que, en su relación con Las D’Aida, Meme haya marcado la voz de La Mora para lo que tenía en mente: la creación de un cuarteto vocal -ya comenzaba la era de los cuartetos- que se aventuraba, sin desdeñar las influencias, a trascender a The Platters y otros norteamericanos.

El Cuarteto de Meme Solís debutaría en abril de 1960 en el Club 21, de N y 21, Vedado. Tres voces masculinas -el propio Meme, Horacio Riquelme y Ernesto Marín- y una voz femenina, la de Moraima Secada, quien continuaba así su carrera musical y trascendía los ricos años de permanencia en el Cuarteto D’Aida. Con el cuarteto de Meme, Moraima se presenta en el mes de agosto en un escenario de mayor popularidad – el famoso Gato Tuerto, junto a Elena Burke, Frank Domínguez, Doris de la Torre y Enriqueta Almanza. Llega 1961 y Meme, Moraima y el resto del cuarteto son contratados para presentarse en el Johnny’s Dream y hasta allí lo sigue la legión de admiradores que ya respaldaba su excelente trabajo vocal. Al finalizar el año, los columnistas del espectáculo de diferentes medios, eligen al Cuarteto de Meme Solís como el mejor cuarteto mixto.

Volverán a presentarse en El Gato Tuerto durante los primeros tres meses de 1962 y en diciembre cantarán en las descargas de los domingos en el Salón Rojo del Capri, que comenzaban desde las 2 de la tarde y por las cuales desfilarían Celeste Mendoza, Elena Burke, Luis García, Marta Strada, Los Bucaneros y José Antonio Méndez, entre otros. Además, ese mismo mes Moraima estaría entre las voces invitadas al tercer Concierto de Música Moderna con Leonardo Timor y una orquesta de veintiún profesores. El veredicto que antes correspondía a la asociación gremial de críticos y columnistas, lo daría este año el periódico Revolución y en él, el Cuarteto de Meme Solís compartiría lauros con Los Modernistas, de Fernando Mulens, como mejores cuartetos mixtos. En 1963, Los Zafiros arrasarían y los de Meme recibirían una mención en la categoría de cuartetos, aunque su popularidad no hacía más que aumentar.

Con el cuarteto de Meme Solís, La Mora grabó al menos doce temas con acompañamiento orquestal, que serían publicados fuera de Cuba en formato LP bajo el sello Sonidisc y más tarde, ya en CD, con el sello Esencial Media Group. De estas canciones, descuella inderrotable en Tú, mi rosa azul y sobre todo, en Alivio. Se aventuran en una samba (Eu no tivi tempo) en la que Moraima canta en portugués, y en varios temas movidos, como la guaracha A la quimbamba, el chachachá De prisa. Alivio es quizás su primer gran éxito como solista, a pesar de haberlo grabado como integrante de un cuarteto: tal era la fuerza del desempeño de la Secada.

Su temperamento y la excelencia de su intepretación desbordaba la estructura del cuarteto y la vida la llevó al camino que ya pedía su carrera. En 1964 La Mora abandona el Cuarteto de Meme Solís y debuta cantando en solitario el 26 de junio de ese año, en el Salón Libertad, antiguo Casino del Hotel Nacional, acompañada del combo de Samuel Téllez y compartiendo cartel esa noche con Luis García, Voces Latinas y Bobby Leonard y su combo. Adriana Orejuela comenta que tiempo después Meme reconocería que “Moraima tenía demasiada personalidad para el grupo, éramos un trío y una cantante”. Mucho me habría gustado poder entrevistar hoy, en estos días, al maestro Solís y pedirle que me contara, desde la distancia sus recuerdos de Moraima y de su modo de hacer la canción.

De inmediato es reconocida como una de las voces más altas en la canción cubana de aquellos años. Moraima sería una de las figuras estelares que por Cuba participan en el Festival Internacional de la Canción de Varadero de 1970, el evento musical al que los medios concedieron los mayores y más relevantes espacios. Dos años después, en mayo de 1972, La Mora realiza su primer recital en el teatro Amadeo Roldán, con el respaldo de la Orquesta Cubana de Música Moderna. Memorables fueron sus temperamentales interpretaciones junto al piano del maestro Samuel Téllez, uno de sus más frecuentes acompañantes en este instrumento.

La Mora transitó por los mejores y más importantes escenarios de Cuba, pero la época en que inició su carrera como solista fue quizás, la más desafortunada para los músicos cubanos en cuanto a su proyección más allá de la Isla. Poca confrontación internacional, limitada geográficamente al ámbito de los otrora países socialistas; escasa difusión y presencia nula en los mercados por donde siempre circuló la música cubana.

Como a muchos otros, esos años no favorecieron a La Mora, en contraposición con la profética popularidad lograda en su país, aunque, un tanto diferente a la conquistado por sus compañeras de cuarteto D’Aida, Elena Burke y Omara Portuondo. Pienso que no sólo fue cuestión de suerte. Hubo algo más, de la vida misma, del modo de enfrentarla, de gozarla y de vivirla, en definitiva. Y eso, sin dudas, marcó también el derrotero profesional de La Mora.

Desde la visión mítica que tengo del insuperable e insuperado Cuarteto de Aida -el original-, ella es la que más se me parecía a la infelicidad. No sé si fue así en realidad, pero lo que siempre percibía en La Mora -siendo ya la solista que llegó a ser- era un aura trágica de la que, parecía, ella era consciente, y que a la vez, y por ello, se empeñaba en derrotar desde su voz a golpe de pura fiereza.

No sé si siempre fue así, pero cuando alcancé a verla cantando, con aquella angustia palpable que nunca derrotó su afinada concentración, a Moraima Secada le iba la vida en el estremecimiento de una simple estrofa. Ya para entonces, parecía convencida de que no habría alivio que rompiera la cadena de los sucesivos y endiablados desamores. Esto también hacía parte de su singularidad: La Mora no se parecía a nadie: no tenía un símil en la canción cubana, por donde han desfilado no pocas “trágicas” y temperamentales. Ella era diferente en su tristeza agónica y fiera, como diferente fue siempre el modo en que se valió de su canto, diáfano y desbordado, para extrovertir los más disímiles colores con que, desde su yo íntimo, dibujó su apasionado tránsito por la vida.

Para su repertorio, Moraima prefirió temas de profundo sentido conflictual y, por tanto, portadores de una gran carga emotiva. Entre sus canciones se destacan obras de autores del feeling como César Portillo de la Luz (Nuestra canción); Andrés Hechevarría 'Niño Rivera' (Mi realidad eres tú); el binomio Yañez y Gómez (Tu rostro); Jorge Mazón (Abstraídamente) y José Antonio Méndez (Ese sentimiento que se llama amor). Volvió a Meme Solís cuando grabó La verdad que te di y aceptó temas exitosos de Juan Arrondo (Ése que está allí y Llégame hasta el alma), e hizo suyas las canciones de Chany Chelacy, que narraban los avatares de sus propias vidas. En mi preferencia, nunca nadie cantará Perdóname conciencia, de Piloto y Vera, como ella lo hizo. Tampoco tendrá émulos su Alivio, de Julio Cobo, ni su sentida versión de Me encontrarás, de Tania Castellanos.

El sólo hecho de haber sido una de las voces elegidas por Aida Diestro para formar y estrenar su famoso Cuarteto, le bastaría a María Micaela Secada Ramos -para siempre Moraima Secada, La Mora- para ser un nombre de culto en la música cubana. Sin embargo, su presencia en otras formaciones de indiscutible protagonismo y trascendencia y luego, su memorable trabajo en solitario, la sitúan entre los insoslayables. De los 54 años que alcanzó a vivir, cincuenta y uno estuvieron signados por la música, cifras que sólo admiten una reverencia. Habrían sido mucho más, si las ganas de vivir no la hubieran abandonado.

El 6 de octubre de 1976, un avión de Cubana de Aviación explotaba en pleno vuelo y caía incendiado en las aguas de Barbados, como consecuencia de uno de los más crueles sabotajes contra Cuba. Ahí viajaba, por un fatídico azar, Lázaro Serrano Mérida, sobrecargo de una de las tripulaciones que iban en esa aeronave. También era compositor y su nombre artístico era Chany Chelacy, el hombre a quien Moraima amó en los últimos años de su vida y con quien, se dice, vivió sus mejores tiempos. Ya nada sería igual para ella, ni siquiera ella misma. Ni sus hijas Clara y Nildé consiguieron devolverle la alegría.

Transcurre un tiempo y Omara, preocupada, decide dar un aliento a La Mora. Convoca a Elena, y vuelven a reunirse sobre un escenario, las tres joyas descubiertas por Aida Diestro; rememoran sus tiempos de las D’Aida y entre 1979 y 1983 actuan juntas en varios espectáculos en Cuba. Viajan también a México donde se presentan con éxito. En 1984, graban la culminación del reencuentro: el antológico tema Amigas de Alberto Vera, y del que quedara constancia fílmica en el documental Omara, de Fernando Pérez.

Sería una de las últimas imágenes de Moraima, donde se percibía su tristeza inocultable. Los caminos de evasión que halló para conjurar la angustia cedieron ante la desesperanza, y se aproximó el final. La Mora moriría en La Habana, a consecuencia de una enfermedad hepática irreversible, la víspera del último día del año 1984.

Rosa Marquetti Torres
Desmemoriados. Historias de la música cubana, 20 de marzo de 2015.

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