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viernes, 26 de julio de 2013

Siglo XXI, siglo de especificidades


El siglo XXI amenaza con ser uno de los peores que vivirá la humanidad si no nos ponemos y lo solucionamos. Será, como auguró el filósofo Alain Finkielkraut, el siglo del racismo (cuestionamientos raciales invertidos e impuestos como condicionamientos) y de las religiones; el fin o aniquilamiento de unas el apogeo de otras, añado yo. Digo que el siglo XXI podría convertirse en una pesadilla inhumana sino se enaltece de manera urgente el inmenso papel del arte y de la literatura en la sociedad, del verdadero arte y de la verdadera literatura, y de la ciencia verdadera, y no lo de la charlatanería, el sensacionalismo, la incompetencia y el meroliqueo, que se han ido imponiendo desde finales del siglo pasado.

Internet, que se suponía que fuera un soporte ideal para apoyar las artes y la literatura, así como la cultura en general, y las ciencias, ha ido socavando, o sea más bien dedicándose a todo lo contrario al acto creativo, se ha dedicado en buena medida a acabar con la buena música, con el buen cine, la buena literatura, y hasta el buen periodismo. Lo ha hecho a través de falsedades, robos, superchería, irresponsabilidades, negocios bajos, trueque y mentira.

Una persona que aspire a hacer algo bien, de forma correcta, debe especificarse en su trabajo. El invento del multi-oficio creado por el comunismo y adoptado y practicado por el castrismo sólo aportará un desbarajuste y una insensatez que serán aprovechados para destruir puestos de trabajo, para rebajar a personas altamente calificadas, y reducirles el salario, como mínimo y al mínimo. Eso de que todo el mundo puede hacer de todo no solo es de un barbarismo atroz, además nos conduciría al abismo diario de la ineficiencia y al descalabro social.

Si un advenedizo puede hacer de todo y dedicarse a todo, sin estudiar, sin lecturas, sin preparación, sin cultura, sin un cosmos intelectual, para qué entonces perder tantos años estudiando, leyendo, preparándose, cultivándose, si cualquiera que llegue y se declare: periodista, hacker, escritor, pintor, músico, poeta y loco, ya puede subirse a los pedestales usurpados y desde allí imponer sus mediocres criterios sin que nadie se atreva a cuestionarle ni una palabra ante el temor de ser linchado o lapidado verbalmente y por escrito bajo comentarios anónimos. Eso se llama totalitarismo a pulso.

No comprendo cómo un periodista de profesión puede declararse tan tranquilamente 'hacker'. Dentro de la ética periodística no cabe la falta de profesionalidad y la inmoralidad de los ladrones de la información pública o secreta, de los cacos de datos que internet debiera guardar con celo por respeto a sus clientes y utilizadores, de los espías de la realidad más inmediata, importante o hasta banal.

Del mismo modo no puedo entender que una persona cuya responsabilidad política empieza a ser destacada pueda autocalificarse como un 'electrón libre' cuando es sabido que en la política actual -lejos de lo que ocurría antes, en épocas anteriores, cuando una persona destacaba por sus cualidades y no era fabricada por un grupo de prensa o gobierno- si se alcanza un cierto reconocimiento es porque detrás hay un aparato férreo y concentrado que se ha ocupado de elevar a esa persona, tenga el nivel que tenga, preferiblemente bajo para algunos, a un estrato al que los demás de manera noble y sencilla, en solitario, no tendrían acceso sin un sólido apoyo financiero y sin el impulso y sostén de un equipo que seguramente obedecerá a encomiendas políticas e ideologías, y que son pagados por los magnates de la iglesia católica, del izquierdismo socialista (esa otra religión), y de los ricos de este mundo (petroleros islamistas), y cobran sin ningún tipo de vergüenza por uno y otro, por ello.

Los únicos políticos de la era moderna que accedieron al poder verdaderamente aupados por el pueblo fueron los checos, y no fue coser y cantar. A mi juicio, Václav Havel ha sido de los pocos en explicar mediante un libro titulado Meditaciones estivales, su enorme libertad al decidir no abrazar ninguna ideología, pero eso sí, al tener muy claro de qué lado estaría siempre, del lado de la libertad más entera y de la democracia. Así escribió:

“No quiero decir que siempre tuviera razón, o que la tengo siempre. Si me equivoco, no es más que la consecuencia de la capacidad de captación limitada de mi espíritu, de una falta de atención, una falta de preparación o una total insuficiencia, pero nunca de la ceguera ideológica o del fanatismo. Por este motivo no me preocupa cambiar de opinión cuando me doy cuenta de que estoy equivocado.”

Palabras sencillas, cultas, honestas, de un hombre sabio. De un hombre que jamás movió un ápice su pensamiento hacia nada que pudiera traicionar sus principios, en los que creía junto a otros colegas, y junto a una gran cantidad de checos.

“Rechazo y siempre rechacé alinearme en la derecha o en la izquierda; me hallo fuera de estos frentes políticos-ideológicos y soy independiente; procuro estar atento hasta este punto a conservar mi libertad para poder tener sobre cualquier cosa, sin problemas, una opinión a la que he llegado yo solo, y no estar atado, al respecto, por mi anterior compromiso. Puedo imaginar que una de mis opiniones parezca de izquierdas y otra, por el contrario, de derechas; puedo imaginar, incluso, que la misma opinión a una persona puede parecerle de derechas y a otra persona de izquierdas -y a decir verdad, me da completamente igual-. Y, considerándolo todo, lo que más me contraría es que se diga de mí que estoy 'en el centro'. Definirme de modo tan topográfico me parece completamente absurdo (tanto más cuanto la imaginaria posición del centro depende, sin lugar a dudas, del ángulo desde donde se mire”.

Aquí observamos a un hombre cultivado en todos los aspectos, su pensamiento ha crecido al unísono con su tiempo, se ha ido elevando acompasado con los riesgos que supo tomar, y esos riesgos no dieron lugar de ninguna manera a ser calificados como piruetas despreciables con el ánimo de contentar a éste, o a aquel. Es un hombre que está situado delante de la maquinaria, conduciéndola, y no por el contrario, la maquinaria no lo manipula arrastrándolo y opacándolo. No, es él quien pule a la maquinaria, quien le saca brillo y exige que cada día se muestre más transparente y resplandeciente frente a sus exigencias y a las exigencias de los que demandan eficacia, concretizaciones, y claridades.

El hombre y la mujer del siglo XXI entonces debiera inspirarse en personalidades como Václav Havel, y antes que venderse como un trompoloco a diestra y siniestra, debiera concentrarse en especificidades, agrandarse a la talla de su tiempo, y ya es hora de subir el nivel de las exigencias, de colocarlas a la altura de lo que queremos que disfruten nuestros hijos y nuestros nietos en el futuro. Para conseguirlo no puede venir cualquier advenedizo de los lugares menos libres, menos transparentes, menos desarrollados, de los sitios más sombríos y más dictatoriales, con una mente formateada bajo el yugo de tiranías políticas, ideológicas, económicas e informáticas, a darnos lecciones de nada.

Por muy “genio” que sea, primero deberá demostrar su apertura de pensamiento, su majestuosidad en las ideas y no en las ideologías, su humildad admitiendo que podría estar equivocado frente a otros criterios, y sobre todo, su amplitud cultural, su vastedad espiritual, demostrar resultados reales y no lucir y hasta alardear de los parches de su insondable ignorancia. Y hasta ahora, salvo raras excepciones de una gran generosidad como en el caso de Havel, el único resultado que ha valido la pena es el que nos traen aquellas personas que -pese al egoísmo, la intolerancia, y la superchería- han experimentado y han vivido en las sociedades libres, en los mundos honestos, democráticos; representadas esas sociedades por hombres y mujeres libres, democráticos, honestos, y que han dedicado horas y años de sus vidas al estudio, y a especializarse en dominios muy particulares, con los que han alcanzado altos niveles de desarrollo social y humano.

No me imagino a un científico del siglo XXI vanagloriándose de ser un “touche à tout”, un multi-oficio, engordando con palabrería hueca su colosal ego, y que con semejante rosario de calamidades además consiga despejarnos el camino hacia un descubrimiento esencial que resuelva el problema de la humanidad y salve vidas, por encima incluso de la suya.

Siempre será bueno volver a leer a José Ortega y Gasset, o repasar algunos títulos editados precisamente en la editorial mexicana que lleva el nombre de Siglo XXI para entendernos mejor a nosotros mismos, pero sobre todo conseguir que nos entiendan mejor.

Zoé Valdés
Publicado en su blog el 12 de marzo de 2013, se reproduce con permiso de la autora.

Foto: Václav Havel (Praga, 1936-2011). Tomada de Una pluma contra los tanques.

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