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lunes, 22 de julio de 2013

Grandes pedagogos cubanos (VIII y final): Aurelio Baldor


Aurelio Baldor, el autor del libro que más temor despierta en los estudiantes de bachillerato de toda Latinoamérica, nació en La Habana el 22 de octubre de 1906. Y su problema más difícil no fue una operación matemática, sino la revolución de Fidel Castro. Esa fue la única ecuación inconclusa del creador del Álgebra de Baldor, un apacible abogado y matemático que se encerraba durante largas jornadas en su habitación, armado sólo de lápiz y papel para escribir un texto que desde 1941 aterroriza y apasiona a millones de estudiantes de toda Latinoamérica.

Más que El Quijote de la Mancha, el Álgebra de Baldor es el libro más consultado en los colegios y escuelas desde México hasta Argentina. Tenebroso para algunos, misterioso para otros y definitivamente indescifrable para los adolescentes que intentan resolver sus "misceláneas" a altas horas de la madrugada, es un texto que permanece en la cabeza de tres generaciones que ignoran que su autor, Aurelio Ángel Baldor, no es el hombre árabe que desde la portada del libro observa a sus alumnos amedrentados, sino el hijo menor del matrimonio formado por José Baldor y Fátima Párraga.

Daniel Baldor, el tercero de los siete hijos del célebre matemático, reside en Miami. Inversionista, consultor y hombre de finanzas, Daniel vivió junto a sus padres, sus seis hermanos y la abnegada nana negra que los acompañó durante más de cincuenta años, el drama que se ensañó con la familia en los días de la revolución de Fidel Castro.

Aurelio Baldor fue uno de los educadores más importantes de Cuba en el siglo XX. En 1932 fundó y dirigió el Colegio-Academia Baldor, que llegaría a tener 3,500 alumnos, 35 ómnibus y varios locales de enseñanza y un alojamiento para los alumnos procedentes del interior, todos en la barriada habanera de El Vedado.

"Un hombre corpulento y tranquilo, enamorado de la enseñanza y de mi madre, y que se pasaba el día ideando acertijos matemáticos y juegos con números", recuerda Daniel. Evoca a su padre caminando con sus 100 kilos de peso y su metro noventa y cinco de altura por los corredores del colegio, siempre con un cigarrillo en la boca, recitando frases de Martí y con su álgebra bajo el brazo, que entonces lucía una sobria carátula roja.

Los Baldor vivían en la playa de Tarará, en una residencia grande y lujosa donde las puestas de sol se despedían con un color distinto cada tarde y donde el profesor dedicaba sus tardes a leer, crear nuevos ejercicios matemáticos y fumar, la única pasión que lo distraía por instantes de los números y las ecuaciones.

La residencia aún existe y la administra el Estado cubano. Hoy forma parte de una villa turística para extranjeros que pagan cerca de dos mil dólares para pasar una semana en las mismas calles en las que Baldor se cruzaba con el Che Guevara, quien vivía a pocas casas de la suya, en el mismo barrio.

"Mi padre era un hombre devoto de Dios, de la patria y de su familia", afirma Daniel. "Cada día rezábamos el rosario y todos los domingos, sin falta, íbamos a misa, una costumbre que no se perdió ni siquiera después del exilio". Eran los días en que los Baldor ocupaban una posición privilegiada en la escalera social de la isla, esmerándose en distribuir justicia social por medio de becas en el colegio y ayuda económica destinada a los enfermos de cáncer.

El 2 de enero de 1959 los barbudos que luchaban contra Fulgencio Batista tomaron La Habana. No pasaron muchas semanas antes de que Fidel Castro fuera personalmente al Colegio Baldor. "Fidel fue a decirle a mi padre que la revolución estaba con la educación y que le agradecía su valiosa labor de maestro, pero ya estaba planeando otra cosa", rememora Daniel.

Los planes los ejecutaría Raúl Castro. Una calurosa tarde de septiembre de 1959 envió a un piquete de revolucionarios hasta la casa del profesor con la orden de detenerlo. Sólo una contraorden de Camilo Cienfuegos, quien con devoción de alumno defendía el trabajo de Aurelio Baldor, lo salvó de ir a prisión.

Pero un mes después la familia Baldor se quedó sin protección, pues Camilo, en un vuelo entre Camagüey y La Habana, desapareció en medio de un mar furioso que se lo tragó para siempre. "Nos vamos de vacaciones a México, nos dijo mi papá. Nos reunió a todos, y como si se tratara de una clase de geometría nos explicó con precisión milimétrica cómo teníamos que prepararnos. Era el 19 de julio de 1960 y él estaba más sombrío que de costumbre. Mi padre era un hombre que no dejaba traslucir sus emociones, muy analítico, de una fachada estricta, durísima, pero ese día algo misterioso en su mirada nos decía que las cosas no andaban bien y que el viaje no era de recreo", dice el hijo de Baldor.

Un vuelo de Mexicana de Aviación los dejó en la capital azteca. La respiración de Aurelio Baldor estaba agitada, intranquila, como si el aire mexicano le advirtiera que jamás regresaría a su isla y que moriría lejos, en el exilio. El profesor, además del dolor del destierro, cargaba con otro temor. Era infalible en matemáticas y jamás se equivocaba en las cuentas, así que si calculaba bien, el dinero que llevaba le alcanzaría apenas para algunos meses. Partía acompañado de una pobreza monacal que ya sus libros no podrían resolver, pues doce años atrás había vendido los derechos de su álgebra y su aritmética a Publicaciones Culturales, una editorial mexicana, y había invertido el dinero en su escuela y su país.

La lucha empezaba. Los Baldor, incluida la nana, se estacionaron con paciencia durante dos semanas días en México y después se trasladaron hasta Nueva Orleans, en Estados Unidos, donde se encontraron con el fantasma vivo de la segregación racial. Aurelio, su mujer y sus hijos eran de color blanco y no tenían problemas, pero Magdalena, la nana, una mulata cubana, tenía que separarse de ellos si subían a un bus o llegaban a un lugar público.

Aurelio Baldor, heredero de los ideales libertarios de José Martí, no soportó el trato y decidió llevarse a la familia a Nueva York, donde consiguió alojamiento en el segundo piso de la propiedad de un italiano en Brooklyn, un vecindario formado por inmigrantes puertorriqueños, italianos, judíos y por toda la melancolía de la pobreza. El profesor, friolento por naturaleza, sufrió por la falta de agua caliente en la vivienda y por el desolador panorama que percibía desde la única ventana del segundo piso.

Aquella aristocrática familia que invitaba a cenar a ministros y grandes intelectuales de toda América a su hermosa residencia de la playa de Tarará, estaba condenada a vivir en el exilio, hacinada en medio del olvido y la sordidez de Brooklyn. Mientras, en La Habana el gobierno verde olivo nacionalizaba el Colegio-Academia Baldor, expropiaba el domicilio familiar y lo convertía en escuela para formar 'pioneros'. La suerte del colegio fue distinta.

Lejos de su patria, Aurelio Baldor trató en vano de recuperar su vida. Asistió clases de inglés junto a sus hijos en la Universidad de Nueva York y al poco tiempo ya dictaba una cátedra en Saint Peter's College, Nueva Jersey. Se esforzó para que sus hijos terminaran sus estudios y cada uno encontró la profesión deseada: un profesor de literatura, un inversionista, una secretaria, dos ingenieros y dos administradores.

Ninguno siguió el camino de las matemáticas, aunque todos continuaron aceptando los desafíos mentales y los juegos con los cuales su padre los retaba a diario.

Con los años, Baldor se había forjado un importante prestigio intelectual en los Estados Unidos y había dejado atrás las dificultades de la pobreza. Sin embargo, el maestro no pudo ser feliz fuera de Cuba.

No lo fue en Nueva York como profesor, ni en Miami donde vivió su retiro acompañado de Moraima Aranalde, su mujer, quien a sus 89 años (edad que tenía en 2009, cuando fue dada a conocer esta reseña histórica) recuerda a su marido como el hombre más valiente de todos. Baldor jamás recuperó sus cien kilos de peso y se encorvó poco a poco como una palmera monumental que no puede soportar el peso del cielo sobre sí. "El exilio le supo a jugo de piña verde. Mi padre se murió con la esperanza de volver", asegura su hijo Daniel.

El autor del Algebra de Baldor fumó su último cigarrillo el 2 de abril de 1978. Al día siguiente cerró los ojos, murmuró la palabra Cuba por última vez y se durmió para siempre. Tenía 71 años. Sus siete hijos, quince nietos y diez biznietos saben que al Dr. Aurelio Baldor Párraga lo mató la nostalgia y el destierro.

Fuente: Reseña histórica divulgada en octubre de 2009 por Daniel Baldor y de la cual se localizan distintas versiones en internet.

2 comentarios:

  1. Buenos días Tania, estudié en el colegio Baldor hasta que el comandante lo intervino, antes había estado en un colegio pequeñito que había en la Calzada de 10 de Octubre. Aunque hubo cosas que me marcaron de forma negativa, una maestra de inglés que tuve en 5º grado no es precisamente un buen recuerdo, puedo asegurarle que los tres cursos que pasé ahí sentaron las bases de lo que yo sería como persona adulta. En esa época además de instruir se formaban a las personas en los valores morales y éticos
    que hoy muchos desconocen.
    Y una anécdota, tuve un profesor de matemáticas en la secundaria
    que echaba pestes de Baldor, se refería a él como el dinosaurio de las matemáticas, pero para los exámenes tomaba los ejercicios de su libro. Lo sé porque teníamos en casa los dos libros de Baldor, el de aritmética y el de álgebra.
    Saludos,

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  2. Gracias Tania por la divulgación de esta reseña historica de uno de los grandes pedagogos de todos los tiempos. Varias veces consulté a Baldor en la secundaria, pero desconocía su biografía hasta hoy.

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