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lunes, 9 de mayo de 2011

Mi experiencia con la información en Cuba


Por Tania Quintero

Quisiera contar una experiencia personal. Nací en 1942. Procedo de una familia pobre, mis padres sabían leer y escribir, pero ninguno de los dos terminó el 6to. grado. Sin embargo, en mi casa nunca faltaron periódicos ni revistas. Como conté en Recortes de mi infancia, estudiaba inglés en una escuela nocturna gratuita y por eso me interesaban las publicaciones en ese idioma. Pero mi padre no me podía dar dinero para comprar Life, Selecciones, Time, entre otras revistas de Estados Unidos vendidas en los estanquillos habaneros.

Entonces mi madre habló con Fermín, el carbonero de la esquina, y cuando los vecinos le llevaban periódicos y revistas para envolver el carbón (entonces no se recogía papel como materia prima, como ahora se hace en casi todos los países), me guardaba las revistas. Bueno, la otra vía para obtener revistas gratis la pueden leer en ese post.

No teníamos televisor, pero escuchar las noticias en el viejo radio RCA Victor era tan importante en mi casa como oír la trasmisión de los juegos de béisbol de La Habana, Almendares, Cienfuegos y Marianao, los cuatro clubes nacionales en mi época. Además, desde pequeña desarrollé el hábito de lectura, decisivo para después uno querer estar siempre al tanto de lo que pasa en tu país y en el mundo (hábito heredado por mi nieta mayor, de 16 años, y que seguro heredará mi nieta menor, de 8 años).

Cuando en febrero de 1979 nos mudamos del Cerro para la Víbora, hacía trece años que mi padre había fallecido, en el Centro Benéfico Jurídico, pero el hábito de leer la prensa y escuchar noticieros por radio y televisión permanecía en mi casa. Es cierto, eran gubernamentales, pero poco a poco fui buscando la manera de obtener otros puntos de vista, acerca de lo que pasaba en Cuba y en otras latitudes.

Con el radio VEF, soviético, no podíamos escuchar la onda corta, pero a través de amigos extranjeros, sobre todo brasileños, conseguíamos revistas y libros. Eran en portugués, pero eso nos ayudó a aprender por nuestra cuenta otro idioma. Sergio, un amigo de Sao Paulo, me suscribió durante un año a la revista Veja. Además, todas las semanas me iba a la embajada de España, donde Pilar, la secretaria cubana, me daba despachos cablegráficos de EFE que iban a botar y también ABC, El País,Cambio 16... No eran muy recientes, pero eso era lo de menos.

Desde 1992 hasta mi salida de Cuba, en noviembre de 2003, estuve yendo todas las semanas a la embajada de España. Cuando en 1993 en el Museo de la Música investigué sobre el director austríaco Erich Kleiber, me resultó fácil, pues ese museo quedaba muy cerca de la embajada española. Era en pleno 'período especial', el rutero 4, que entonces hacía el largo recorrido entre Mantilla y la Habana Vieja, a veces demoraba hasta tres horas en pasar. Peor aún era la ruta 15, que nacía en el Paradero de la Víbora y terminaba casi al final de la Avenida del Puerto. No pocas veces me fui a pie desde Prado y Cárcel hasta mi casa, en la esquina de la Plaza Roja, en la Víbora.

Como el papel para escribir escaseaba, a partir de 1995 esos telex de EFE no los botaba: por detrás mi hijo y yo escribíamos a mano nuestros trabajos para Cuba Press, porque hubo un tiempo que no tuvimos máquina de escribir, lo recuerdo en Cuando se quiere, se puede. El primer dibujo de mi primera nieta, cuando tenía 3 años, lo hizo en el dorso de una noticia de EFE. Ya entonces teníamos un Sony de 13 bandas, regalo de un amigo europeo. Fue una bendición del cielo: no sólo podíamos escuchar Radio Martí, si no también la BBC, Radio Exterior de España, la Voz de Estados Unidos, Radio Francia Internacional y Radio Nederland, entre otras.

Después, de la Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba comenzaron a mandarnos (a nosotros y a otros periodistas independientes) la revista Newsweek en Español, que nos resultó muy útil y nos confirmó lo que ya en la revista brasileña Veja habíamos aprendido leyendo en portugués: una forma amena, sencilla y directa de hacer periodismo. Un estilo que definitivamente marcaría a mi hijo, Iván García.

Para Iván y para mí, tan o más importante que tener acceso a internet es poseer un buen radio de onda corta, que lo puedes llevar a todas partes. Como nosotros, hay mucha en gente en Cuba ávida de información. Pero también hay bastante mediocridad en todas las capas de la población.

Te encuentras amas de casa y jubilados cultos y selectivos, y opositores a quienes les gusta ver telenovelas y leer libros que aportan escasos conocimientos. Abundan también las personas que cuando tienen posibilidad de conectarse a la ‘antena’, prefieren ver telebasura y se extasían con los anuncios. Por eso en Suiza prefiero ver TVE y BBC, porque no pasan publicidad.

Buscando para el blog una foto del día que cayó Mubarak en Egipto, encontré una donde se ve a un joven con un zapato en la mano. La deseché, no sólo porque tal vez algunos lectores no supieran el significado que los zapatos tienen para los árabes, si no porque si un lector cubano la veía, lo primero que iba a hacer era fijarse en la marca del jacket que tenía puesto.

Desgraciadamente, la ‘pacotilla’ se ha vuelto importante en la vida de muchos cubanos, jóvenes sobre todo. Ven imágenes de cómo están viviendo los haitianos, por ejemplo, y más que en la miseria, se fijan en la ropa que alguien lleva puesta y te dicen: “Sí, está viviendo mal, pero tiene puesta una camiseta Nike”.

El nivel de información de una persona encarcelada, sea por motivos políticos o comunes, cubano o extranjero, depende de tres factores: 1) que al detenido o preso le interese mantenerse informado; 2) que a los familiares que lo puedan visitar consideren importante mantenerlo informado, sea mediante libros, revistas, periódicos o trasladándole oralmente las informaciones, de lo que pasa en su país y en el mundo; y 3) que el reeducador o carcelero permita que le dejen pasar determinadas publicaciones, nacionales o foráneas.

Podría mencionar varios ejemplos, pero el mejor es el de Arnaldo Ramos Lauzurique, economista de 68 años, excarcelado en noviembre de 2010. Para Arnaldo, más importante que los alimentos, era que su esposa, la doctora Lydia Lima, le llevara periódicos y revistas, cubanos, que eran los que les dejaban pasar sin problemas a los presos políticos.

Basándose en informaciones y cifras gubernamentales, en los siete años y medio que Arnaldo estuvo preso, hizo una serie de análisis socioeconómicos y políticos. Ya excarcelado, sigue utilizando la prensa oficial para sus artículos. Como dice un refrán criollo: cuando no hay pan, se come casabe.

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